“Por favor no usar el término ‘precoz’, es obvio que se saca de contexto con facilidad”, pidió Gustavo Yandura Aparicio, un joven que a los dos años ya sabía leer y escribir, a los tres resolvía operaciones matemáticas sencillas, a los 15 fue bachiller, y a los 19 se graduó como ingeniero.
El término le genera la misma susceptibilidad y desazón que la vida real. “La meritocracia en Bolivia no existe. No importa quién tenga mayor nota o sea más inteligente. Si no se tiene a alguien que ‘apunte con el dedo’ (muñeca), no se llega a ningún lugar”, cuestionó a un sistema boliviano al que ve lleno de trabas.
Observó los obstáculos impuestos por la misma Ley educativa. “La edad mínima para entrar a primero de primaria es de seis años, no menos. Ahí ya hay una limitante a los niños que son muy adelantados para su edad”, opinó.
En su caso, al salir bachiller le pidieron todas las libretas, desde primero de primaria hasta sexto de secundaria, mientras que a los ‘normales’ solo les piden de los últimos cuatro años.
“En el sistema educativo solo hay muros infranqueables para los adelantados”, dijo Yandura, y puso como ejemplo la dinámica de la universidad pública y su efecto en la búsqueda de becas.
“La mayoría de las becas exigen un mínimo de promedio, que para alguien graduado de la universidad estatal es casi imposible de conseguir, al menos en una carrera de ciencias exactas; por lo general, los promedios en estas especialidades son más altos en los centros privados. Estamos a años luz de un progreso, comparado con otros países, donde niños de 11 años se gradúan como profesionales”, argumentó.
Aparte, cuestionó que las universidades públicas estén regidas por la política, al grado de que “si un docente quiere perjudicar a alguien, tiene el poder para lograrlo”.
Pero el lamento no culminó a la par de la etapa académica. Actualmente, ya en el ámbito laboral, trabaja por un sueldo mínimo, y dice que para ese rol no es necesario ni ser profesional; sin embargo, valoró que, al menos, exista más posibilidad de acceder a oportunidades, “es una empresa bastante íntima y al mando de gente muy empática y amable”, dijo Gustavo, esperanzado en que solo sea cuestión de tiempo, que la curva suba para bien. “No es lo que esperaba, pero estoy satisfecho”, dijo, al menos por el momento.
José Ernesto García (22), más conocido en redes sociales como el ‘chico robótico’, ya fue noticia nacional, logro que resultó insuficiente.
El año pasado fue invitado por Katya Echazarreta, la mujer más joven y primera mexicana en viajar al espacio, para participar de un campamento aeroespacial en México.
Ahí le ofrecieron becas hasta por el 90% de todo el programa académico. En ese momento recibió apoyo del Gobierno, que le gestionó el pasaporte, una computadora y un teléfono celular.
Se reunió con el ministro de Educación, Edgar Pary, con el presidente Luis Arce, e incluso le ofreció su apoyo el empresario Marcelo Claure.
Cuando regresó del campamento, quiso retomar las ofertas de becas, pero solo le ofrecieron en un instituto en Villa Montes, para electricidad domiciliaria.
No pierde las esperanzas de alzar vuelo, ya de manera definitiva, para ayudar a su familia y trascender su realidad.
Vino de su natal Yacuiba a Santa Cruz de la Sierra hace un par de semanas y, por el momento, alquila un cuarto por Bs 300 en la doble vía a La Guardia. Su mayor posesión son un colchón y varios kits de robótica para seguir transmitiendo desde sus redes sociales, enseñando lo que sabe y mostrando que tiene talento, pero le falta impulso.
Sobre las variadas ofertas recibidas cuando sucedió el ‘boom’ de su viaje, el chico robótico dijo que prefiere no armar polémica y que se concentra en seguir enseñando y mostrar sus proyectos para que no se enfríe la posibilidad de una beca, pero por ahora necesita trabajar para pagar su comida, su alquiler, y mandar unos pesos a su familia, sobre todo a su hermanita pequeña.
“Sé que puedo estudiar en cualquier parte, solo necesito llegar, quiero Mecatrónica o Electrónica. Ya me hicieron promesas falsas y es decepcionante, tengo que ganármelo yo, es la manera más honesta”, dijo García.
El joven descubrió su talento en tiempos de depresión, durante la adolescencia, luego de perder a su papá en un accidente de moto.
En ese trance, que duró tres años, el chico robótico empezó a construir robots a modo de una terapia, con materiales reciclados, y hoy quiere dedicar su vida a eso.
En ese tiempo, el colegio quedó relegado, se aplazó tres veces, por eso, sus antecedentes académicos no son los mejores. “Construir era la mejor forma de salir del mundo real, donde todo era triste”, justificó.
En toda su trayectoria le ha tocado trabajar de ayudante en un puesto de venta de mochilas, colaborando a su madre en la atención del baño del mercado en Villa Montes, fue técnico de teléfonos celulares, radios y televisores, y también hizo servicio de entrega a domicilio o ‘delivery’.
Una joven especial
María Nazareth Claure Baldivieso tiene 25 años, su historia de talento ya es conocida en diversos medios de comunicación, tiene una voz angelical que la empuja a ser cantante, pero además, desde hace un año se convirtió en comunicadora estratégica y digital, gracias a una beca en la Utepsa. Se graduó con honores, con una nota de 97 puntos.
Ni bien se convirtió en profesional el año pasado, se puso en campaña con su familia para mandar la hoja de vida a diversas empresas, tanto públicas como privadas. Aún no cosecha los frutos.
Cree que hay un detalle que le ha impedido, hasta la fecha, encontrar trabajo: es no vidente.
“Es un poco difícil porque a las personas con capacidades distintas se nos duplica o triplica el esfuerzo, pero con la tecnología actual no hay excusa para decir que soy ciega. Casi todos los celulares vienen con una aplicación”, explicó.
María Nazareth sabe lo que es lidiar con las dificultades. Cuando estaba en la universidad, se encontró con docentes que no estaban capacitados para trabajar con una persona no vidente, “hasta que les llegué yo”, dijo.
Según ella, a muchos les costó, tuvieron que adaptar su material, pero también hubo profesores que no adaptaron nada, “fui yo quien tuvo que adaptarse”, admitió.
A pesar de que hay avances normativos, la joven dice que falta que se conozcan más y que se hagan cumplir. Puso como ejemplo el pasaje en micro, para ahorrarse malos ratos, prefirió pagarlo para transportarse.
“A las personas con discapacidad nos miran como a bichos raros, en las empresas creen que no podremos ejercer lo mismo que todos. Para mí ser ciega no es impedimento, pero el Estado no se hace cargo de promover y hacer cumplir las leyes”, cuestionó.
Si bien hay leyes que hablan de inclusión laboral, Nazareth dijo que, entre las empresas y entidades a las que ha mandado sus papeles, están Entel y la Alcaldía.
“Hay mucho talento en las personas con discapacidad que no se promueve, a veces nos juzgan. ¿Cómo quieren que tengamos experiencia laboral si no nos dan la oportunidad?”, cuestionó.
Becas
Cada año, el Ministerio de Educación pide a las universidades becas sobre la base del 5% de los matriculados, informaron en las casas de estudios. Solo en la UPSA, hay 20 para esta gestión.
Explicaron que no se exige buena calificación para ingresar, solo tener nota de aprobación, y que en el último tiempo están siendo gestionadas y asignadas por los movimientos sociales.
Admitieron que muchos chicos tienen un nivel bajo, pero que si bien hay casos de éxito, en muchos se da la deserción, debido a que no cuentan con lugar y comida asegurados, situación que los obliga a trabajar, y que a veces afecta su rendimiento.